dimecres, 31 d’agost del 2016

QUIEN SE PICA


Hace cuatro años detuvieron en Austria a cinco rumanos. Habían robado diez toneladas de ajos en Albacete. El valor del alijo era de 24.000 euros y su destino final era Rumanía.

Este verano se ha dado un caso similar. Han detenido en Cuenca a un señor con seis toneladas de ajos escondidos en huecos de un autobús que viajaba a aquel país. Se había compinchado con el resto de los pasajeros de forma que, en llegando a Rumanía, él se quedaría 2.400 kilos y los otros 3.600 kilos se los repartirían los otros pasajeros, que así no se irían de la lengua. La Guardia Civil lo detuvo, lo puso a disposición del juzgado de instrucción de guardia de San Clemente y abrió diligencias a sus cincuenta compinches. En esta ocasión los habían robado de una explotación agrícola de Villamanrique de Tajo, en Madrid. El valor del alijo era de 12.000 euros, lo que de entrada indica que el ajo estaba más valorado hace cuatro años que ahora. Si la calculadora no me engaña, la tonelada salía a 2.400 euros; ahora, a 2.000. En cualquier caso, el destino era el mismo que en la ocasión anterior: Rumanía. 

A ver. Si el destino de esos cargamentos de ajos hubiese sido Francia, Italia o Dinamarca (por poner tres ejemplos al azar; podríamos poner muchos más pero mejor no cansar al lector) sería una noticia más y punto. Pero ¿Rumanía? Es inevitable pensar en Vlad Drácula y a la múltiples versiones posteriores que ha tenido en cine, teatro, televisión y cómic. En todas ellas, una manera infalible de protegerse contra él (o contra cualquier otro vampiro) es ponerse una ristra de ajos alrededor del cuello. Es una fantasía que tiene que ver con una enfermedad, la porfiria eritropoyética, que provoca fotofobia (de ahí que Drácula no soporte la luz del día) y anemia (por eso necesita sangre; ahora te la dan en transfusión pero entonces, cuando las transfusiones no existían, la única forma era bebérsela). El simple olor del ajo agrava la porfiria. Como estoy convencido de que no hay ahora más vampiros que en el siglo XV, creo que la única explicación del espléndido rendimiento económico que producen esos robos desmesurados de ajos es que en Transilvania se haya puesto de moda colocar ristras de ajos alrededor del cuellos de los turistas que visitan el supuesto castillo de Drácula, igual que en Hawai te ponen en el cuello una guirnalda de flores, por mucho que, de rodillas, les supliques que no, por lo que más quieran.

Quim Monzó a Seré Breve del Magazine 
de La Vanguardia